Nombre: B.
Edad: ya no
cumple los cincuenta.
Identificación: compañera
de trabajo y compañera de inglés.
Diagnóstico: mala
educación, amargura, veneno en vez de sangre.
Llega
 a esta quinta sesión B., una de las perpetuas en la
empresa. También es perpetua su cara de mala leche, de cabreo, de asco. 
La conocí en mis primeros meses. Entró en la cocina y, con tono 
despectivo y
gesto de repugnancia, me preguntó si había abrebotellas, pero no quería 
saber,
quería que se lo diera. Intentó cosificarme, ponerme al nivel del suelo 
sin
saber si yo era el último mono becado o una recién llegada a un cargo 
medio
tras haber hecho un máster en una universidad top. Después de ese 
encuentro pedí
informes. Varias compañeras, por separado, me contaron la misma versión
desagradable de alguien que debería tener cierto don de gentes para 
hacer su
trabajo de coordinadora de eventos. Tras una segunda vez igual de 
desagradable
para mí, decidí que nada de intercambiar saludos con esa persona.