14 noviembre 2018

Sesión 5: B., la trapichera

Nombre: B.
Edad: ya no cumple los cincuenta.
Identificación: compañera de trabajo y compañera de inglés.
Diagnóstico: mala educación, amargura, veneno en vez de sangre.

Llega a esta quinta sesión B., una de las perpetuas en la empresa. También es perpetua su cara de mala leche, de cabreo, de asco. La conocí en mis primeros meses. Entró en la cocina y, con tono despectivo y gesto de repugnancia, me preguntó si había abrebotellas, pero no quería saber, quería que se lo diera. Intentó cosificarme, ponerme al nivel del suelo sin saber si yo era el último mono becado o una recién llegada a un cargo medio tras haber hecho un máster en una universidad top. Después de ese encuentro pedí informes. Varias compañeras, por separado, me contaron la misma versión desagradable de alguien que debería tener cierto don de gentes para hacer su trabajo de coordinadora de eventos. Tras una segunda vez igual de desagradable para mí, decidí que nada de intercambiar saludos con esa persona.

Los años han ido pasando y he sido testigo de sus insultos gratuitos en sustitución de saludos, de los boicots que el personal de mantenimiento le hace como venganza por el (mal)trato que les propicia, los llantos que les ha provocado a algunas de mis compañeras, las críticas de jefes que no deberían ni saber que existe. Ese rictus de acritud está demasiado marcado como para tener un comportamiento diferente en sus horas libres, sin embargo, es justo que comente el único detalle de su vida privada que conozco. Cuando ya estaba al tanto de muchos de los pormenores que habían hecho crecer su fama, me enteré de que se había cogido baja por maternidad. Adoptó a dos adolescentes. Por un lado, se puede pensar que solo alguien con un carácter férreo como el de ella tiene el valor suficiente para adoptar a dos quinceañeros rebeldes. Por otro lado, eso me hizo pensar que en algún momento de su vida debe de suavizar su mueca y su tono porque si no es así, ¿qué adolescente hormonado en sus cabales querría irse a vivir con ella?

No se sabe si fue a causa de estas dos incorporaciones a su familia, o simplemente que el dinero es muy atractivo, pero algún tiempo después se descubrió que hacía trapicheos. Un día se publicó en la intranet una nueva lista de proveedores de catering junto a unas normas muy estrictas. Al día siguiente nos enteramos de que la sacaron de su despacho y la soltaron en una oscura zona común y no tardó en expandirse la noticia de que cobraba comisiones de empresas de catering por darles los eventos importantes. Ahí, en ese nuevo agujero, estuvo un tiempo tranquila lamiéndose las pezuñas, aunque esa recuperación (bien breve, por cierto), debió ser en su casa con una carta de despedido en la mano… Si es que esto es verdad.

Lo que está claro es que hay gente que nace con estrella y buenos enchufes para iluminarla, aunque ella en vez de dar luz es como un agujero negro que absorbe todo lo bueno que la rodea. A pesar de que nunca he trabajado con ella y casi nunca la saludo, he sufrido la nube de negatividad que lleva siempre encima y que llena cualquier espacio al que entra. Abre la puerta y todos tensos, las venas hinchadas, la mirada hacia la esquina contraria para disimular, el silencio por bandera. Por suerte, una de las ventajas de haberme mudado de edificio es que en el que trabajo ahora no hay eventos que ella pueda organizar así que ha sido un año y medio de felicidad, sin cruzarme con ella, sin verle la cara. Pero en la vida todo son puntos de giro y tras dieciocho meses de aire ligero y claridad, de pronto me ataca por dos frentes.

Por un lado, supe extraoficialmente que se mudaba aquí. Un par de días más tarde, ya oficialmente, nos contaron que pidió el traslado a una mesa que llevaba cuatro años libre. Estará frente a frente con Inés la cotorra. Cuando compartía zulo con Inés, me decía que se llevaban bien. Eso se acabó. No sé si le hizo alguna faena, porque B. no deja títere con cabeza, o solo es por haberse quedado sin reino propio. El caso es que llegó y revolucionó la planta, apropiándose de mobiliario y reorganizando quién sabe qué. Por suerte eso no me va a afectar demasiado, no va a haber más que unos cuantos saludos si nos encontramos en la puerta o en la zona común.

Es el segundo frente el que me preocupa porque, desgraciadamente, hemos coincidido en clase de inglés por una asquerosa carambola del destino. A una de mis compañeras la han subido de nivel y B. ha acabado en mi grupo, no sé si por inadaptación o porque un cambio de día y hora le venía mejor. El caso es que cuando entró en clase por primera vez, todas nos quedamos tiesas en la silla, como si una ráfaga gélida nos hubiera paralizado. Cuando abrió la boca el mal rollo se apoderó del aula. Así que una vez más, vuelvo a tener a una loca indeseable en clase. Como no puedo dejar el curso, solo puedo planear cómo evitar que se siente a mi lado y, de momento, no lo he conseguido. Y lo más misterioso: hemos coincido en la puerta del edificio y me ha sonreído. Creo que el tratamiento más efectivo será correr.

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