27 marzo 2017

Sesión 2: el señor R. y la mala educación

Nombre: el señor R.
Edad: 75, o quién sabe.
Identificación: antiguo directivo en la empresa donde trabajo.
Diagnóstico: maleducado, impertinente, pasado de rosca.

Me presentaron al señor R. en una de mis primeras visitas a la empresa. La memoria me falla, me resultaba tan antipático que ni siquiera entiendo cómo los archivos neuronales relacionados con él no se han ido por el desagüe. Sin embargo, recuerdo que era por la tarde y hacía calor. Si escarbo mucho, mi antigua jefa, la que me contrató, hace acto de presencia en el recuerdo diciendo: “señor R., le presento a Dorotea Hyde. Empezará con nosotros en septiembre” y él respondiendo: “Así que nos traes a un monstruo”, en referencia a mi apellido. La cara de mi jefa lo decía todo. Absolutamente diplomática, su obsesión es quedar bien y que la empresa tenga una imagen impecable y, gracias a este señor, la empresa estaba quedando fatal. Tenía estas salidas de tono con todo el mundo, pero eso no era un consuelo para mí. Me estaba llamando monstruo alguien a quien no conocía. Me daba igual que intentara (“intentara”) ser simpático. Nadie normal, educado, hace esa clase de comentarios a desconocidos, a veces ni siquiera a conocidos.

El señor R. ya estaba jubilado, pero venía todos los días envuelto en su traje para hacer la ruta. Recorría todos los edificios y se pasaba por todos los pisos para dejar sus perlas envenenadas. Probablemente era su forma de terapia. En realidad era muy parecido a L., con la diferencia de que él era un viejo cansado de la vida con casi total seguridad. Yo por suerte no lo encontraba muy a menudo porque mi trabajo no requiere que me mueva demasiado. En el edificio donde trabajo se sentaba en el sofá de la entrada y desde ahí dedicaba sus halagos a los que entraban y salían.

Antes de la jubilación, había sido el director de recursos humanos. Curiosamente, fuentes fiables me comentaron que era un jefe estupendo. No sé si es que el aburrimiento o la edad le hicieron soltarse, o si siempre fue así y era algo que la gente dejaba de lado. Lo que sí sé porque lo vi con mis propios ojos, es que algunos lo detestaban y no se cortaban en llamarle imbécil o gilipollas si él les soltaba su cariñosa coletilla. Si no era monstruo era gordo, cretina o vaca, o felicitaba a todo un departamento por el día de los animales, o de los subnormales. Como premio a su dedicación a la empresa y a su simpatía, le otorgaron un cargo honorífico y un despacho de primera (con la escasez de espacios que hay) que nunca ocupaba, porque se pasaba la jornada de un lado a otro haciendo la inspección.

Circe y yo tardamos mucho tiempo en darnos cuenta de que ya no lo veíamos. La empresa ha cambiado mucho en los últimos años, ha dejado de ser la pequeña y con ambiente familiar que él ayudó a construir y se ha convertido en una empresa cosmopolita con orientación internacional. La mala educación no queda bien en ningún lado, pero los desconocidos no la perdonan y por estos pasillos deambula mucha gente que está de paso, que no conoce las tripas de la organización, pero que no va a tolerar ese trato, muchos menos si son clientes. En realidad no sabemos si al viejo señor R. le llegó la hora de retirarse definitivamente o si las nuevas generaciones de directivos hicieron algo al respecto. El caso es que este individuo y su cargo han desaparecido hasta de la intranet. Y por suerte sus insultos también.

09 marzo 2017

Sesión 1: L., la joven amargada

Nombre: L.
Edad: 28.
Identificación: compañera de clase.
Diagnóstico: egocéntrica, antisocial, dependiente, amargada. Infeliz.

Conocí a L. porque somos compañeras de clase. Lo que más lamento a estas alturas es no haberme cambiado de grupo. Boicotea todas las clases, no hay ni una que fluya. Interrumpe, protesta por todo, los ejercicios le parecen aburridos, los temas le parecen un coñazo, nunca le gusta la opción que le asigna el profesor y venga a protestar, monopoliza todas las conversaciones e insulta a todo el mundo, compañeros y profesor. Al profesor le hace gracia, supongo que la ve como una niña caprichosa que de vez en cuando suelta una parida. Como la figura de autoridad le da alas y, en general, la gente le ríe las “gracias”, ella se crece y su actitud ha ido agravándose hasta llegar a los insultos. En alguna ocasión le di un corte y eso alentó a otro compañero a hacerlo. Los cortes la paralizan, no le gustan, le pasa como a todos los que dicen gracietas ofensivas: se creen con la exclusividad a hacerlo. Aunque tanto el Abogado como yo fuimos sutiles y elegantes, pero ella es bruta, no tonta. Luego intenta atacar con una réplica, entonces paso de ella, ni la miro y se cabrea más.