Identificación: auxiliar de biblioteca en la universidad donde estudié.
Edad: treinta y pocos.
Diagnóstico: un mindundi con ganas de demostrar su poder.
Puedo contar anécdotas suyas a millón,
también cualquiera de mis compañeras. Lo conoce todo el mundo aunque no trabaje
directamente con él y no encontraréis a nadie que pueda decir algo bueno de él.
Es borde, controlador, tirano, exigente (llevado a niveles tóxicos), grita a
sus subordinados, grita a sus jefes, ha insultado a mi jefa (su jefa) a la cara.
Llama, llama, llama, manda wasaps, llama y vuelve a llamar y a mandar wasaps
sea la hora que sea. Por supuesto tampoco le importa el día. Y lo quiere todo
para ayer, y si su secretaria o su jefa tienen que dejarlo todo para atenderlo
y tenerlo contento, pues lo tienen que dejar.
Sé que tiene, al menos, una queja
oficial en recursos humanos (lo que me extraña es que no tenga denuncias en el
juzgado). No hay cura posible porque quien tiene que pararle los pies no lo
hace, así que quienes estamos a su alrededor nos jo**mos.
Enfilé el Paseo de Gracia para
dirigirme al puerto, como me habían indicado en la oficina de turismo. No tenía
mucho tiempo para ver lugares, tampoco para comprar recuerdos. Pero igual que
en otras ciudades turísticas, encuentras postales, imanes o bailarinas de
flamenco en todas partes. Y en un kiosco del paseo vi una postal que me encantó. Tenía
que ser ESA. Así que me acerqué al expositor rotatorio, pero antes de cogerla
lo giré un poco para ver si había alguna otra que me gustara. Al querer moverlo
por segunda vez, vi que se resistía e, igual que en una película, me asomé al
otro lado. Allí, poniendo resistencia a mi visionado había un tipo: el
kiosquero. Cada vez que yo intentaba girar el expositor, él lo paraba. Era
imposible seguir mirando.
Antes de que el kiosquero entrara en acción, había visto un par de postales que me gustaron, pero sólo cogí la que había visto en primer lugar. Me había encaprichado. No gasté más.
Zaida es una de mis mejores y más queridas amigas de la universidad (y más allá) hasta que tuvo que dejar España por trabajo. Tiene sus más y sus menos, como todos, pero la quería un montón. Si hoy viene a este blog es más por echarme unas risas con ella y sus cosas que por cabreo. Aunque un poco de esto último también.
En marzo de 2018 le escribí un email
para felicitarla por su cumpleaños. Me retrasé un día, quién sabe por qué,
quizás porque no soy perfecta. Ella nunca fue de escribir mucho y hay gente que
tiene descartados ya los emails, aunque no llegó a darme su número de teléfono
alemán, así que los wasaps tampoco llegaron a ser una opción. Y no, no era una
indirecta para que no me comunicara con ella, simplemente era (es) un desastre
con patas para comunicarse. Que mi email quedara colgando en su bandeja de
entrada era algo natural.