Identificación: un señor que pasaba por allí.
Edad: no cumplía los setenta.
Diagnóstico: más machirulo que terco.
Hablé de este individuo brevemente en
una entrada de mi blog principal, ¿Sabes
dónde…? a propósito de la cantidad de veces que la gente me pregunta
direcciones, pero hace unos días pasé por la biblioteca y se me ocurrió que merecía
su historia completa aquí.
Un día se me acercó una chica que me
preguntó por la biblioteca. Estaba como a doscientos metros. Desde el sitio
donde estábamos se veía la entrada en una valla roja brillante. Como veis no
era muy complicado.
Sin embargo, para alguna gente las cosas no son tan fáciles y eso es lo que le sucedía a un señor que pasaba por allí, que no le gustó cómo indiqué, o estaba aburrido o quizás necesitaba demostrar que sabía más que nadie y tener su minuto de gloria. Irrumpió en nuestra conversación sin saludar ni excusarse y de forma brusca me contradijo “no es la valla roja, es la negra”. Y yo hice lo mismo. “No es la negra, es la roja”. Empezó un rifirrafe de besugos en el que él defendía que la entrada estaba en la valla negra y yo insistía en la roja.
La chica nos miraba desorientada. El
viejo veía que perdía a la chica porque no quería que la relacionaran con dos
locos y estaba a punto de irse, así que me gritó furioso “¡Me lo vas a decir a
mí, que estuve allí!”. ¡Y yo también! Muchas veces.
Pero fijaos qué cosas. Se ganó a la
chica con esa exclamación de me lo vas a decir a mí, y ya no atendió a mi yo
también. Así que los dejé. Sabía quién tenía razón y que ella iba a darse
cuenta en el momento en que entrara por una de las vallas, aun así no pude
evitar gritarle desde la distancia que me hiciera caso, que era por la valla
roja.
Han pasado muchos años y pocas cosas
han cambiado en esa calle. Cada lunes por la tarde salen a correr los niños del
equipo de baloncesto; cada primavera la manzana donde sucedieron estos hechos
se llena de polen algodonoso y es difícil respirar; cada verano abre el puesto
de melones en una de las esquinas. Y la biblioteca sigue teniendo valla roja y
el instituto valla negra.
Ja,ja, maravillosa historia. De esas que contadas te hacen reír pero vividas... ¡No, para nada! Creo que en una discusión con un viejo carca lo mejor es hacer lo que hiciste, largarte. Piensa que él tiene la ventaja del tiempo libre y la fuerza de la obcecación. Es imbatible en su terreno. Tú tienes cosas mejores que hacer que convencer a alguien al que le da igual donde esté la biblioteca porque lo que quiere es tener razón. A estas alturas la chica ya debe saber también el color de la valla de la biblioteca. Ojalá el hombre la hubiese acompañado a la valla negra, a ver qué cara se le ponía.
ResponderEliminarUn abrazo
¿Sabes lo mejor de todo? En la historia real la chica no me preguntó por la biblioteca sino por un edificio al que muy poca gente va. Tienes que dedicar tu tiempo a algo muy concreto para visitarlo, como me pasaba a mí. Así que estoy segura de que ese señor no había estado en él ni de cerca, como mucho pasaba por delante de la valla para ir comprar un melón. Por eso fue tan frustrante, jajajaja.
EliminarVisto desde la distancia, no sé por qué caí en su juego, le tenía que haber dicho a la chica que fuera hacia allí y ya vería quién tenía razón, pero bueno, se ve que aquel día yo tampoco tenía mucho que hacer, jajajaja.