14 junio 2022

Sesión 24: Una profesora Divina

Nombre: Divina.
Edad: indeterminada. En aquel momento me parecía una vieja, pero probablemente estaba acercándose a los cincuenta en la segunda etapa.
Identificación: profesora de psicomotricidad.
Diagnóstico: prejuiciosa, tirana, iba de guay pero luego… Voz chillona desquiciante.

Reconozco que con lo de la voz chillona quizás me paso. No es algo que se pueda elegir, pero tampoco yo puedo elegir que me guste o no ese tipo de voz. No es mi ideal para hombres, pero me cuesta aguantar a las mujeres con la voz demasiado aguda, me crispan, aunque estén diciendo lo más interesante del mundo, aunque sean las personas más dulces, encantadoras y buenas. Imaginaos con las que son lo contrario.

Dejando eso de lado, que en realidad es la guinda de un pastel mal hecho que no resiste el peso de ese último adorno y se cae cuando se la colocan, Divina era despreciable. Mi primer recuerdo con ella es en primero de EGB (ahora primero de primaria), así que yo debía de tener seis o siete años, pero estoy casi segura de que ya nos había dado alguna sesión el curso anterior, en segundo de preescolar.

Juntaban a los alumnos más pequeños en la sala de usos múltiples y nos ponían a hacer ejercicios de coordinación y de logopedia. La idea era buena porque tenía compañeros que hablaban muy mal y otros que tenían problemas de movimiento y estando todos juntos no había diferencias ni discriminaciones, pero aquello era un rollo, soporífero.

RrrRRrrr, RrrRRrrr, RrrRRrrr…

Rrrrrrrr más la voz chillona. Insufrible. Por suerte solo venía de vez en cuando a darnos esas sesiones, que con los años se hicieron más esporádicas hasta que a partir de tercero o cuarto, dejaron de existir.

Entonces, un día en séptimo, volvió para quedarse. Vino como una diva, a mitad de curso, entrando a propósito en las clases a saludar, es decir, a hacerse notar; enseñando los vídeos que se habían grabado en aquellas sesiones del pasado. Eso me enfureció porque no tenía ni idea de que nos hubieran grabado. Ya a mis doce años me molestaba que alguien no respetara mi imagen ni mi privacidad, pero en aquel momento no se pedía permiso para esas cosas. Se hacían y punto. Tampoco había redes a las que subir nada. Mientras escribo estas líneas hago una nota mental para preguntarle a la señora Hyde sobre el tema. Probablemente ni se acuerde de la Divina esta. El señor Hyde seguro que nunca supo de su existencia.

Pero además de para lucirse y seguir con las sesiones de psicomotricidad para los más pequeños, regresó para desempeñar otra tarea: ser profesora de apoyo. No sé cómo era en otros colegios. En el mío, los alumnos con dificultades para aprender o estudiar, tenían unas horas de clase semanales con una profesora de apoyo. En grupos muy reducidos les explicaba conceptos con los que tuvieran dificultades y les ayudaba a estudiar. Muchos de estos estos chavales no iban allí por falta de inteligencia, sino porque en sus casas no había las condiciones óptimas para hacer cosas de niños y eso repercutía en su rendimiento. De buenas a primeras, al grupo de mi clase le quitaron a su profe de apoyo y le asignaron a Divina. Fue el desastre.

Me gustaría recordar los detalles con más claridad, saber lo que pasó para analizarlo con mi edad actual. Lo que mi yo de doce años a punto de trece podría decir es que Divina no tenía mucha empatía a pesar de que presumía de ello. En ese grupo había niños de etnia gitana; una niña que había perdido a su madre recientemente, a la que su padre no le hacía ni puñetero caso y ella se refugiaba en lo que podía (da igual lo que imaginéis, seguro que acertáis); un par de niños con problemas serios de aprendizaje; una niña con problemas de drogadicción en su casa. Eran personas con muchos problemas en sus familias, en la calle, y quizás con conflictos con otros compañeros de colegio, pero en nuestra clase siempre estuvieron arropados, siempre fueron uno más del grupo, que es lo que necesitan los niños. Era como una burbuja hasta que llegó Divina y les hizo notar sus diferencias y sus carencias de la manera más grosera posible, una que alguien de la enseñanza no debería emplear jamás. Hubo llantos, gritos, discusiones, faltas de respeto por ambas partes, amenazas con dejar esas clases. Los adolescentes no son fáciles, pero aquella mujer tampoco y, si mis compañeros terminaron el colegio, aunque en algunos casos nadie apostaba por ellos, no fue por mérito de Divina, sino de la que vino después y de toda la gente que los apoyó.

6 comentarios:

  1. Un curioso "bestiario" este conjunto de seres de tu vida....es peculiar la impronta dañina que a determinadas edades pueden dejar estos profesores. Con el tiempo uno comprendido que quizás no hubiera maldad pero la falta de empatía es inexcusable. Un saludo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estoy convencida de que no si rascamos un poco, todos conseguiremos un bestiario más que curioso. :D Quiero pensar que esta mujer no tenía maldad, pero algunos de los comentarios, incluso insultos, que les hizo a los alumnos no tenían nada de bondad. No sé hasta qué punto los marcaría, pero no fue agradable.
      Un saludo.

      Eliminar
  2. Lo de la voz gruesa me llamo la atención, porque eso no se compra viene con uno de nacimiento. Nos seguimos leyendo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Exacto, imposible cambiarla. Pienso si ese rechazo no vendrá porque esta mujer tenía una voz así...
      Un saludo.

      Eliminar
  3. Despues que aprendas a escribir abre un blog

    ResponderEliminar
  4. Tanto tiempo Me gusta tu blog Un placer el haberte hallado nuevamente

    ResponderEliminar